Sebastián Lacunza
Editor en jefe del Buenos Aires Herald
No existen recetas universales para superar un conflicto armado, y menos todavía para el que asoló la vida de millones de colombianos durante medio siglo, único por varios aspectos: su extensión en tiempo y espacio, su mutación desde la irrupción del negocio del narcotráfico, el vínculo obsceno entre instituciones de la democracia y paramilitares, la crueldad infinita de la guerrilla contra desamparados y las masivas violaciones a los derechos humanos perpetradas por el Estado; hasta ayer nomás, incluido el gobierno del que el presidente Juan Manuel Santos fue ministro de Defensa.
En el escenario principal de la política de Colombia hay señores de la guerra para quienes la prolongación del statu quo es un negocio, en dos planos. Uno político, porque azuzar un miedo con bases sólidas y agitar fantasmas permite cosechar votos, y otro económico, porque la doctrina de la mano dura abre puertas a vender consultorías y fomenta el gasto en armamento y equipamiento en América Latina. Se requiere valentía y templanza para atreverse a mirar un pasado doloroso, con víctimas y perpetradores respirando el mismo aire; para dejar jirones de impunidad a un lado y a otro en pos del objetivo de la paz; y para plantar cara al acecho de los señores de la guerra, que no se rendirán.
El camino será arduo. Los cómplices del terrorismo de Estado
tampoco bajan los brazos en la Argentina, pese a que los tribunales siguen
produciendo penas de prisión perpetua. Desde el Sur, mi deseo es que los
colombianos construyan su propio Nunca Más.