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La página más oscura de los organismos de derechos humanos




Escribe
Sebastián Lacunza
Editor-in-Chief

El paso del general César Milani por la jefatura del Ejército, concluido ayer, representa una incógnita que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner no se ha molestado en responder. Milani está lejos de ser el único jefe de la fuerza desde el retorno de la democracia sobre el que han pesado acusaciones de violaciones a los derechos humanos, pero dado que los gobiernos kirchneristas pusieron la vara alta, al impulsar una saludable política de memoria y justicia, la contradicción de su permanencia en el cargo se torna más evidente. En definitiva, el juego de la democracia implica que el gobierno asuma costos políticos por haber designado al mando del Ejército a un oficial que había estado encargado de instruir el sumario que terminó fraguando la desaparición del soldado riojano Alberto Agapito Ledo en 1976.
Sin embargo, el mayor daño del expediente Milani no es a un sector político sino a algunas de las organizaciones de derechos humanos que le devolvieron la integridad a este país después de las atrocidades cometidas por la última dictadura militar. Pese a las conocidas diferencias entre las entidades, todas se habían mantenido fieles un principio: protección a las víctimas e impulso de la causa contra los supuestos victimarios. El caso Milani (inocente hasta que se demuestre lo contrario) cambió la ecuación.
El general dejó el cargo el mismo día en que el Herald publicó una entrevista en la que la titular de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, acusara a la madre de Ledo de haber “inventado” la acusación junto al periodista del Grupo Clarín Jorge Lanata. Un “invento” que incluyó el expediente con la falsa desaparición de Ledo y testimonios en el informe del Nunca Más de La Rioja, elaborado en 1984.
Si Bonafini llegó al extremo de sacarse fotos junto a Milani y sembrar sospechas sobre una madre (Marcela Ledo) que padeció en La Rioja lo mismo que ella sufrió en La Plata -quizás en mayor soledad- otros referentes de los derechos humanos se ahorraron los elogios al general sospechado pero apelaron a las medias palabras o al silencio. Fue el caso de la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, que no indultó a nadie pero mostró un recato exagerado. Mientras que en muchos otros casos, una lúcida Carlotto se dedicó a denunciar las rémoras de los tribunales para llevar adelante las causas por los crímenes de lesa humanidad, en el de Ledo se limitó a un apego formal a los tiempos de los jueces. La misma formalidad de los estrados argentinos que ella y sus compañeras han padecido tantos años.
Recién el pasado 24 de marzo, organizaciones de derechos humanos cercanas al gobierno reclamaron que el Poder Judicial debería dar “las explicaciones necesarias sobre Milani, quien sólo puede permanecer en su puesto si no cometió crímenes de lesa humanidad”.
Una excepción en este coro de silencios fue el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), un motor esencial de los juicios por los derechos humanos. En cuanto tuvo indicios de la participación de Milani en la desaparición de Ledo, la organización se dedicó a impulsar la causa. También elevaron la voz integrantes de Madres de Plaza de Mayo – Línea Fundadora, entre otros.
Claro que ante el retiro de los organismos de derechos humanos surgieron los oportunistas, algunos de los cuales entornaron a la familia Ledo, que quedó aislada en La Rioja. Hasta los estamentos más comprometidos con la impunidad de los represores sufrieron una súbita preocupación por la suerte de un soldado desaparecido, en un ejercicio de cinismo que no hay que perder de vista.
Lógicamente, las motivaciones políticas no sólo recorren los organismos de derechos humanos cercanos al gobierno sino también aquéllos que están enfrentados a él. Desde 2013 a esta parte, la multiplicidad de denuncias contra Milani evidenció una inflación llamativa. Es mejor separar la paja del trigo y ver la seriedad de cada causa. Tampoco esos organismos deberían perder de vista qué sector utiliza su valiosa voz con objetivos muy diferentes a los de memoria, verdad y justicia.
Los organismos de derechos humanos llevaron a cabo una gesta épica que quedará impregnada por siempre en la memoria de los argentinos. No obstante, muchos de ellos acaban de escribir su página más negra.

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