Publicado: viernes 6 de mayo Escribe Sebastián Lacunza Arturo Valenzuela, el hombre de Barack Obamapara América Latina, volverá a la academia, el ámbito en el que ha recogido los mejores frutos. Fuentes del Departamento de Estado dijeron anoche que el docente de origen chileno dejará el cargo este verano norteamericano, invierno argentino, para retomar su cátedra en Georgetown, la universidad más prestigiosa de Washington DC. El Gobierno argentino recordará bien al saliente subsecretario para América Latina. En su primera visita en funciones, tras un prolongado proceso de ratificación en el Senado, en diciembre de 2009, lanzó aquello de que empresarios le habían transmitido quejas por la «inseguridad jurídica» en el país, y ensalzó el clima de negocios de la era Menem.. No era lo que la embajada deseaba transmitir en público. El ruido retórico, siempre latente, entre Washington y Buenos Aires era a todas luces indeseado para el Departamento de Estado, que aspiraba a no sumar issues alborotadores a una agenda que, según demostró WikiLeaks, había tenido sus aspectos colaborativos entre las administraciones Kirchner y George W. Bush. Es por ello que la delegación norteamericana armó varios escenarios para desandar el camino, y Valenzuela no volvió a decir nada relevante sobre la Argentina hasta hace un mes, cuando, en un encuentro sobre la prensa, se preocupó por un bloqueo sindical a un diario. Ello no quiere decir que Valenzuela no haya dicho lo mismo que la embajadoraVilma Socorro Martínez y sus predecesores escribieron en sus informes a Washington. WikiLeaks dio sobradas muestras de ello. Enfrascado en la agenda de Medio Oriente, China, Corea del Norte, Rusia y los musulmanes, Obama miró poco y nada a América Latina en 28 meses de mandato. Con los enemigos regionales de la era Bush (Cuba, Bolivia, Venezuela, Nicaragua y Ecuador), las relaciones siguen igual de chispeantes, y en algún caso, peor. Con los amigos, como Colombia, el TLC permanece estancado y las bases conjuntas, en veremos. Aun antes de asumir formalmente, Valenzuela llevó el expediente del golpe de Honduras, pero la postura de EE.UU. no satisfizo a unos ni a otros. Cuando tuvo lugar aquello de la «inseguridad jurídica» argentina, la explicación que deslizaron algunos fue que Valenzuela había hablado con la pericia de un profesor universitario y no con la de un político. Valenzuela pertenecía al universo clintoniano. Había sido decisivo para su nominación su paso como asesor para América Latina de Bill Clinton, y el pergamino de ser hijo de un pastor protestante exiliado del pinochetismo, Dos años fueron suficientes. Lo espera la cátedra de Ciencias Políticas. |
Unos tipos con micrófono que insultan más que un hincha desbordado son presentados en las webs y en la tele como apasionados que causan gracia. Antes que ocurrentes espontáneos son, en realidad, violentos equiparables con barrabravas. Es una paradoja que ello ocurra en el Río de la Plata, donde nacieron los mejores relatores de fútbol del mundo. Entre ellos, el mejor, Víctor Hugo. El jugador sublime tuvo al relator sublime. Por su universo de palabras y sus tonos de voz, por sus creaciones artísticas; por su capacidad para leer la jugada y por la precisión de la narración. Casi no aparecen ahora los diálogos que VH presumía entre jugadores o con el árbitro, o el "que sea, que sea, que sea". Pervive el "ta ta ta" y el "no quieran saber". Contemporáneos de Víctor Hugo, hubo y hay relatores brillantes (soy injusto y nombro seis: Juan Carlos Morales, José María Mansilla, José Gabriel Carbajal, el primer Walter Saavedra y el mejor relator argentino que esc
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