El kirchnerismo celebró pese a la derrota, recuperó posiciones y se apresta a gobernar en “normalidad”; los comicios complicaron los planes presidenciales de Larreta y favorecieron los de Bullrich.
El marco mediático de Juntos por el Cambio se desgañitaba este lunes para reafirmar lo que los números muestran como obvio: la coalición conservadora ganó las elecciones legislativas de medio término con 42% de los votos frente a 33,6% del oficialista Frente de Todos en el total nacional.
Una lectura a simple vista no debería prestar lugar a dudas. El frente de centroizquierda gobernante se quedó sin mayoría absoluta en el Senado y el mapa se volvió a teñir de amarillo –el color emblemático de la coalición opositora– en la zona central del país, de los Andes al Río de la Plata, la más habitada y de mayor capacidad agroindustrial. Un traspié de tal magnitud en la cámara alta, donde el Frente de Todos seguirá siendo la bancada más numerosa, pero se verá forzado a negociar, no estaba en los cálculos de nadie cuatro meses atrás, cuando se inició el largo proceso electoral con la inscripción de alianzas.
En Diputados, a falta de la definición de algunas contiendas, el oficialismo seguiría siendo la primera minoría, con una a tres bancas de ventaja sobre Juntos por el Cambio.
Y, sin embargo, los jefes del Frente de Todos, como el presidente, Alberto Fernández, el diputado Máximo Kirchner y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, respiraban aliviados desde la noche del domingo. Los pronósticos que vaticinaban una debacle definitiva del kirchnerismo, que amenazaba bastiones históricos, no sólo no se cumplieron, sino que el oficialismo revirtió la derrota en Chaco y Tierra del Fuego, y escaló varios puntos en la provincia de Buenos Aires. En el distrito en el que vive 37% del padrón, la lista encabezada por Victoria Tolosa Paz redujo de cuatro a uno la ventaja de la boleta liderada por Diego Santilli, el hombre designado por Horacio Rodríguez Larreta para dar pelea en ese difícil territorio para la oposición.
En resumidas cuentas, la vigésima acta de defunción del kirchnerismo y, en particular, de Cristina Fernández de Kirchner, volvió a fallar. El norte del país y el Gran Buenos Aires ratificaron su adhesión mayoritaria al kirchnerismo, y si bien la recuperación en la Patagonia fue más moderada, allí crecieron fuerzas provinciales que suelen compartir electorado con el peronismo en comicios presidenciales.
Algunos medios reaccionaron con abordajes que parecían escritos antes de que se conociera el resultado.
“Una bala al corazón del kirchnerismo”, arriesgó un editorialista de Clarín. “Un período político de 18 años ha concluido”, sentenció un colega de La Nación. Sus aseveraciones de las semanas previas dejaban poco margen para bajar el tono. Enseguida, las redes se poblaron de títulos de la misma procedencia que arribaron a similar conclusión en 2008, 2009, 2010, 2013, 2015, 2016 y 2017.
A la percepción de que la victoria de Juntos por el Cambio fue amarga contribuyeron los rostros y tonos indisimulables de algunos de los dirigentes de esa fracción, en particular, Rodríguez Larreta y su ahijada política, María Eugenia Vidal. Esta justificó su intempestiva mudanza de la provincia a la Capital Federal con el objetivo de lograr una victoria histórica que le permitiera defender las bancas propias y de aliados que el macrismo ponía en juego. Con 47% de los votos, Vidal obtuvo un triunfo holgado, pero inferior al promedio de su fuerza y lejos del plan fijado. Juntos por el Cambio perdió tres asientos en el distrito.
El jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires construye su candidatura presidencial sin pausa, con un discurso cuidado, paciencia para dar lugar a los inefables errores del kirchnerismo y una pauta publicitaria aluvional, pero el mal paso de sus candidatos en la ciudad y la provincia de Buenos Aires le complicó los planes.
En el centro electoral asentado en Costa Salguero –un centro de convenciones concedido sobre la costanera que el gobernante aspira a privatizar para construir edificios de lujo– Rodríguez Larreta y los suyos se mortificaban por las victorias amarretas en la noche del domingo, al tiempo que su rival declarada, la exministra Patricia Bullrich, se salía de las casillas para festejar el resultado nacional y la buena performance de sus aliados en las provincias de Córdoba, Jujuy y Mendoza. Las crónicas reportan gritos y alguna decisión que precipitó los hechos.
Otro de los felices en Costa Salguero era Mauricio Macri. Al igual que Bullrich, fue excluido por Larreta del armado de listas en los principales distritos, pero con anuencia del alcalde porteño, interrumpió sus viajes por el exterior para participar en la campaña y afianzar el voto duro. La meta, en teoría, era evitar la fuga hacia los libertarios de Javier Milei. En el tramo final hacia las legislativas, Macri dejó saber que se había reunido con el economista ultraliberal en la misma semana de agosto en la que este le había dicho a Larreta que era un “zurdo de mierda” y que lo iba a “aplastar” con una silla de ruedas. El expresidente dijo, además, que Milei expresaba lo que él “siempre” había considerado las soluciones para el país.
La buena elección de los libertarios en la provincia (7,5%) y la ciudad de Buenos Aires (17%) fue otra mala noticia para las ambiciones moderadas del jefe de Gobierno de la capital. Macri y Bullrich dejaron claro que ven un destino en común en 2023 con una fuerza compuesta por negacionistas del terrorismo de Estado y la pandemia, freaks, viejos militantes de partidos conservadores, economistas ultraliberales, exagentes de servicios de Inteligencia, extremistas antiizquierdistas y jóvenes rebeldes. El festejo de la noche de Avanza Libertad en el Luna Park, en el barrio de Retiro, sirvió como botón de muestra de los riesgos que se corren. Mientras hablaba Victoria Villarruel, una diputada electa que considera presos políticos a los represores condenados por delitos cometidos durante la última dictadura, un sujeto dedicado a brindar seguridad en el evento irrumpió armado en el escenario para calmar a un exaltado. La secuencia dio pavor.
Los Fernández perdieron y les quedan dos años por delante. El frente oficialista cree tener la oportunidad para un nuevo comienzo, en un contexto de acelerada recuperación, bajos contagios y levantamiento de las restricciones de la pandemia.
En una primera movida, el presidente anunció el envío al Congreso de un proyecto con metas económicas plurianuales que contendrían el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para renegociar los pagos por 46.000 millones de dólares, que vencen entre este año y 2024. Sin ese arreglo, el Ejecutivo de Fernández no tiene presupuesto ni posibilidad alguna de “calmar” la economía, verbo utilizado por el ministro de Economía, Martín Guzmán.
Se habla también de sellar acuerdos programáticos con la oposición con el fin de superar una década perdida entre el estancamiento de la primera mitad y la recesión de la segunda. Con el avance de Bullrich y los libertarios, ese objetivo no parece factible en un país como Argentina.
Sebastián Lacunza desde Buenos Aires.
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