Notas de Sebastián Lacunza en medios de Argentina y otros países
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Hipótesis sobre el secuestro de Mauricio Macri
El expresidente volvió a equiparar su vivencia en la Casa Rosada a partir de 2018 con una experiencia tortuosa. Cabe preguntarse quién fue el secuestrador.
En el comienzo de la velada,Juana Vialeanticipó que la charla conMauricio Macriiba a ser “maravillosa”. Lo fue. Hablaron sobre la épica de un hombre acosado por las fuerzas del mal. Los errores —alguno que otro hubo— fueron siempre desde la buena fe, pero el legado es imborrable. Hay futuro y probable reelección porque hay reserva moral. Pero no todas fueron rosas en la noche del sábado. La anfitriona fue lapidaria cuando su invitado no supo poner pistacho en una tarta y lo mandó a jugar al paddle. Sentado frente al televisor, un juez de Comodoro Py tuvo un acto reflejo y fue a buscar la raqueta.
Una palabra sobrevoló la amenidad de la conversación de tono intimista: secuestro. Macri denunció que Cristina Fernández de Kirchner “tenía y tiene secuestrado al peronismo”, contó que su vocación por lo público nació tras el secuestro que sufrió en 1991, y describió al Gobierno de Alberto Fernández como “gente que cree que somos esclavos”, es decir, un secuestrador masivo.
De todas formas, la referencia más reveladora llegó cuando Viale indagó sobre la vivencia personal de Macri en 2018, año de la debacle definitiva. “Era muy duro, lo comparaba con mi secuestro; una sensación de agobio, de no parar”. No hay motivos para descreer de una exposición tan cruda del fuero íntimo de un expresidente. Lejos del guion marketinero, tan constitutivo del macrismo, la comparación del ejercicio de la Jefatura de Estado con una de las peores torturas físicas y psicológicas que puede sufrir un ser humano parece más bien una confesión ante el psicoanalista.
La alianza del PRO, UCR y Coalición Cívica viene desarrollando la idea de que hay un electorado que vive a cuestas de otro sector de la sociedad y no merece —o no sabe ver— los méritos del macrismo.
La experiencia de diván permite inferir que, ante una definición de ese tipo, un analista preguntaría quién sería el secuestrador. También lo haría un periodista. La respuesta debería ser desarrollada por Macri, pero cabe buscar explicaciones en las acciones y las palabras del exgobernante.
Forjado en la lógica empresarial, Macri nunca se mostró muy a gusto con el ejercicio formal de los puestos descriptos en la Constitución Nacional, lo que no equivale, desde ya, a desinterés por el poder. Meses atrás, él mismo declaró no extrañar “nada” de la vida en Olivos y la Casa Rosada. Fue un diputado ausente y, en los cargos ejecutivos, su desapego por las obligaciones ceremoniales e institucionales fue explícito. Nunca pretendió ser un político dado al discurso; su incomodidad en el mano a mano de los debates fue notoria; y recién en el tramo final de su mandato pareció encontrar conexión con el baño de masas. Los testimonios sobre el Macri a puertas cerradas hablan de una retórica y un estilo de conducción más propios del hombre de negocios que había sido y, todo indica, nunca dejó de ser. Es probable, y aquí la primera hipótesis, que el secuestro que sintió el exmandatario haya estado dado por las limitaciones de un cargo, una Constitución, una división de poderes y una oposición que impidieron que un empresario llevara a cabo sus propósitos. Y encima, las minucias formales pusieron reparos ante derechos que Macri consideraba innegociables, como ir a pasar unos días de descanso a la estancia del sur propiedad del contratista inglés que usurpó un lago.
Al expresidente, el descontrol de 2018 le “quebró la cabeza” y se sintió derrotado. Meses antes, un cronista de Clarín había citado a Macri: “Son 562”. Se refería a empresarios, jueces, gremialistas, políticos y periodistas que obstaculizaban el camino de esfuerzo y mérito que, en su relato, proponía Cambiemos. “Si los pusiéramos en un cohete a la Luna, el país cambiaría tanto…”, reprodujo Clarín. Macri no logró enviar a sus enemigos a la Luna, pero casualmente, Comodoro Py se ocupó de encarcelar a algunos de ellos, y la Mesa Judicial se las ingenió para sacar de circulación a unos cuantos jueces y fiscales para reemplazarlos por propios, mientras que empresarios periodísticos decidieron desprenderse de los periodistas que integraban la lista de los enviables al espacio. Cuando la victoria parecía al alcance de la mano, la tortilla se dio vuelta y quedó aplastada por una deuda externa monumental. Volvieron a reinar los 562 secuestradores del país, una cifra “inventada, pero que no debe estar lejos de la realidad”.
La tercera hipótesis del secuestro de Macri es la más inquietante para un movimiento político con aspiraciones de volver a gobernar la Argentina. La alianza del PRO, UCR y la Coalición Cívica, en su amplio rango, viene desarrollando la idea de que hay un electorado que vive a cuestas de otro sector de la sociedad y no merece —o no sabe ver— los méritos del macrismo. Unos 20 millones de argentinos, según las cuentas que sacan cada tanto algunos think tanks liberales, son financiados por quienes verdaderamente suman. “El peronismo hoy es el partido de los que no trabajan”, sentenció Macri hace poco. Menuda definición para la coalición votada por 13 millones de argentinos. Allí están las familias que vuelcan los pesos de la asignación universal por hijo en "la canaleta del juego y la droga", según la descripción de Ernesto Sanz, o las referencias bíblicas sobre “las clases medias que van a salvar a los pobres”, en palabras de Lilita Carrió, además de la “la Argentina oscura que son las villas del conurbano”, para Miguel Ángel Pichetto. Una erosión interminable y cotidiana que apunta a millones de argentinos holgazanes que se dejan engañar por los cantos de sirena del populismo. “Los planeros”, sintetizan las redes y los WhatsApps de los emprendedores que disertan en el coloquio de IDEA.
Seguramente habrá otras alternativas probables sobre los secuestradores del país, aunque las aquí explicadas encuentran bases en definiciones del expresidente y su círculo rojo de partidarios, intelectuales y medios de comunicación.
Las tres hipótesis resultan problemáticas para una alianza que aspira a comandar el Poder Ejecutivo por voto popular. Los límites institucionales y las fuerzas contrapuestas de la democracia seguirán allí, no sólo por el empecinamiento de una parte del electorado, sino por la letra de la Constitución. Si Macri, o Vidal, o Rodríguez Larreta, o Cornejo ganan el Gobierno, tendrán que lidiar con “la Argentina del atraso”. Por sobre todo, deberán encontrar el camino para convencer a al menos una parte de ese “sobrante” que no supo comprender la lucha épica descripta por Macri y sugerida por Viale.
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