Escribe
Sebastián Lacunza
Editor-in-Chief
Sentado a la mesa del lobby de un hotel de Recoleta, un político
latinoamericano no disimulaba la acidez que le había provocado un encuentro con
Sergio Massa en Tigre. “Se la pasó mirando el celular mientras le hablaba. No
me afectan esas formas de desprecio; le dije todo lo que pensaba, como que su
candidatura ya fracasó”, narró ante el Herald este interlocutor que supo tener
vínculos fluidos con el kirchnerismo y juega en las grandes ligas de la
política de su país.
Acaso sin prever que el mes de mayo lo encontraría aliado
a Massa en el frente Unidos por una Nueva Argentina (UNA), el gobernador de
Córdoba, José Manuel de la Sota, plasmó idéntica anécdota en el capítulo “Con Dios y con el diablo”, del libro de reciente publicación “Quiero y puedo”.
Allí, De la Sota contó que Massa dejó evidenciado su desprecio al no prestarle
atención durante un diálogo reservado en 2013, con el teléfono móvil ocupando, otra vez,
el centro de la escena, tal como consignó el diario Clarín el jueves pasado.
Es curioso. Aunque De la Sota haya escrito que los
discursos de su futuro aliado están llenos de “lugares comunes” y redactados
“para la tribuna, sin ninguna profundidad”, nadie podrá negar que el
exintendente de Tigre es un político que mide cada una de sus palabras ante
auditorios públicos. Un acto guionado hasta en los ojos humedecidos de su
esposa Malena, como el del viernes, en el estadio de Vélez, no deja lugar a
dudas sobre los cuidados aplicados. Sin embargo, el comportamiento privado de
Massa ya le jugó varias veces una mala pasada cuando trascendió al público. La
lectura de sus alianzas políticas revela que el trato personal que prodiga a sus
socios no suele reforzar el vínculo.
Un cono de sombras se yergue desde el verano sobre la
candidatura presidencial de Massa. Los grupos mediáticos que en 2013 y
2014 trataban de dar volumen hasta a sus frases más banales (“como nunca se vio”,
según la dirigente opositora Margarita Stolbizer) ahora le prodigan la carta
de la indiferencia e, incluso, el sarcasmo.
No deberían apresurarse los pronósticos. El desmedido entusiasmo
de 2013 acaso haya dado lugar a un ánimo agorero.
Massa cosechó casi 43 por ciento de los votos nada menos
que en la provincia de Buenos Aires, en las parlamentarias de 2013, su primer
ensayo como líder de un proyecto político. Cuando se separó definitivamente del
Gobierno del que había formado parte como jefe de Gabinete en 2009, hilvanó un
discurso por la “avenida del medio”, espacio tentador pero elusivo en la América
Latina de gobiernos de izquierda o populistas. Al tiempo que se comprometía a mantener
derechos sociales como la asignación universal por hijo y la cobertura
jubilatoria, el postulante del Frente Renovador enarbolaba propuestas
de mano dura contra el delito, baja del impuesto a las Ganancias, nuevas
relaciones con la Justicia, cambio de aliados en el mundo y fin del fraude en
el INDEC. Expresado en cliché, “mantener lo bueno y cambiar lo malo”.
La estrategia no fue sostenida. Ya entre las primarias y
las elecciones generales de 2013, su discurso adquirió otro tono, tentado por
satisfacer la demanda de títulos más enardecidos. Con un Gobierno con imagen
positiva más baja que la actual, el intento podía rendir sus frutos, aunque
momentáneos.
Otro desvanecimiento surgió en el plano de los aliados.
No bien lanzó su candidatura a diputado, Massa sumó a dirigentes del
kirchnerismo, el peronismo tradicional, la Coalición Cívica (de Elisa Carrió),
el radicalismo, el PRO, el sindicalismo de derecha y de centro. Un proceso de
transferencia relevante en número pero que no superó segundas y terceras
líneas. Ya en 2014 y en lo que va de 2015, el exindentente de Tigre sólo consiguió
alianzas con peronistas más bien desprestigiantes y apenas alcanzó a sumarse a
fotos ajenas para celebrar un triunfo en alguna provincia. Pocas figuras
renovadoras para un frente llamado Renovador.
Sin un discurso con bordes definidos, sin estructura
partidaria que trascendiera su propio nombre y sin presupuesto público como el
de la Nación, las provincias o la Capital Federal para ser destinado a pauta
oficial, cuadro al que restan aliados mediáticos que toman distancia, la candidatura de Massa
entró en zona gris. En contraste, Macri y el oficialismo —llámese kirchnerismo
o el nuevo Daniel Scioli— no carecen de nada de ello. El panorama se vuelve
más sombrió cuando entran a jugar elecciones personales fallidas, como su
candidato a la jefatura de Gobierno de la Ciudad, Guillermo Neilsen, quien confesó
que (vaya coincidencia) se comunicaba con su jefe político más por mensaje de
texto que personalmente.
Surge así la alianza con De la Sota, un precandidato a
presidente de vieja data (su primer intento se remonta a 1994, cuando procuró
dejar el barco del menemismo). La necesidad venció la desconfianza de años.
El gobernador de Córdoba difícilmente aporte votos a la alianza
UNA más allá de las fronteras e Córdoba. Para De la Sota, el beneficio pasa por
el hecho de que su nombre gire en una de las tres internas que concitan más
interés, ahora que un Massa algo devaluado puede emparejar la competencia.
En cuanto al tigrense, hubiera sido riesgoso llegar a agosto
con una candidatura unitaria dentro del sello del Frente Renovador. Por sobre
ello, De la Sota cuenta con presupuesto para pauta publicitaria y estructura
oficialista en Córdoba. Mientras que la provincia de Buenos Aires, el fuerte de
Massa, alberga a 38 por ciento del padrón, Córdoba suma casi otro 9 por
ciento. Con 47 por ciento en juego, si UNA congrega un tercio de los votos
en dichos distritos, ello significa un punto de partida atendible para superar
las PASO, a la vez que marca un límite para Mauricio Macri, principal
competidor del segmento no kirchnerista.
La politica argentina es lo suficientemente dinámica como
para no anticipar sentencias. Ahora que casi la mitad de los porteños acaba de demostrar que valora
al PRO, que los medios opositores no disimulan su preferencia, que los medios
kirchneristas hacen lo propio contra un adversario más nítido y menos
competitivo que Massa en el espacio peronista, que el flujo de pases de dirigentes abreva
en el puerto del centroderecha, que los encuestadores vuelcan sus porcentajes de
laboratorio, Mauricio Macri debería leer que no siempre la ola que sube marca
un avance de la marea.