Horas después habrán ido a laburar, casi sin dormir, en otro colectivo igualmente abarrotado. Desconozco si unos minutos antes habían celebrado al "fantasma de la B". Como parte de una multitud, hasta podrán haber insultado a un pibe de su edad que portaba la camiseta de River y apenas podía ver, afectado por el gas pimienta.
Las primeras víctimas de la violencia del superclásico fueron los jugadores de River agredidos. Las víctimas más numerosas y de fondo son los hinchas humildes del fútbol argentino. Son víctimas de una mafia tan berreta como sistémica. Lo tóxico, como nunca, está en todo el sistema.
El sistema lo componen gran parte de los dirigentes de los clubes, sus socios de la corrupción y sus matones; los que ponen la moneda que activa el mecanismo, sea Clarín o el Estado; una parte (reitero, una parte) de los periodistas deportivos que se arrogan el papel de ser, antes que nada, cómplices, expertos en no contar. Unos cuantos políticos de los peronismos, el PRO y la UCR. Los Orión, los Ramón Díaz, pero también los jugadores y los técnicos que aceptan sus mandatos sin levantar cabeza; adultos capaces de pelear un contrato, sacar un registro para manejar la Ferrari pero jamás se atreven a sacar los pies del plato. Las fuerzas policiales, garantes de la violencia en los estadios, en primera fila. Los jueces y los fiscales. ¿Hay excepciones? ¿Hay Canteros? Sí; duran poco y al rato se los ve bastante confundidos.
Está claro que una sociedad que soporta este devenir delincuencial en el seno del deporte que más ama y al que practica muy bien tiene su cuota de responsabilidad. No lo niego; lo relativizo.