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MEDIOS: para qué invertir en un código de ética

Escribe Sebastián Lacunza 
Cada cierto tiempo, se reactiva la discusión sobre la forma en que los periodistas ejercen su función. Coberturas burdas como la que predomina en el caso de Ángeles Rawson u operaciones de prensa en tiempos de medios polarizados provocan debates, por lo general espasmódicos, sobre cómo regular/autorregular el ejercicio profesional. De la mano de ello, se pone sobre la mesa una herramienta supuestamente virtuosa: los códigos de ética. 

Estos textos, de los que hay pocos en la Argentina y unos cuantos en los países del Primer Mundo, prescriben una serie de procedimientos para lidiar con la información. Su autoría corresponde a los propios medios, sindicatos, cámaras empresariales, organizaciones de periodistas o, incluso, instituciones estatales; en tanto que su contenido, salvo rarezas y con mayor o menor detalle, coincide en principios como no mentir, no extorsionar, evitar el morbo, no ofender a las minorías, respetar la intimidad, no recibir coimas, presentar las noticias con fuentes equilibradas, evitar conflictos de intereses, etcétera. 

Escritos los mandamientos, la realidad ha demostrado su nula o escasa influencia en casos de necesidad y urgencia. Hay ejemplos para todos los gustos y en todos los niveles. Uno de los últimos casos resonantes fue la fallida publicación en la tapa del diario El País de España de una foto de una persona presentada como un Hugo Chávez agonizante. 

Este influyente y reconocido medio de Madrid elaboró en plena transición española un detallado Manual de estilo que presenta pautas éticas. De haberse cumplido algunos de sus artículos más evidentes (chequear las fuentes, respetar la intimidad), se habría evitado semejante mal paso. El citado manual, que en pocos años cumplirá cuatro décadas, fue uno de los primeros en su tipo de habla hispana y se transformó en referencia para posteriores códigos.

En los últimos años, ese diario emblemático incurre en una práctica que vuelve a interpelar a un código de ética que establece, obviamente, que las noticias y las ediciones no deben estar motivadas por intereses económicos. En épocas de vacas flacas en Europa, El País viene presentando dossiers, sin ninguna aclaración que los distinga como espacios de publicidad, con el título Invertir en.... Hasta ahora, se vieron beneficiados por estos suplementos Perú (en 2012 y 2013), Colombia y Panamá. Las publinotas llevan por título Donde todo es posible, La reinvención permanente, La tierra del millón de oportunidades, y glosan jornadas empresariales que El País coorganiza con otros inversores y gobiernos locales. 

Las loas a la economía de dichos países volcadas en los suplementos terminan de empalagar con entrevistas a los respectivos presidentes que, esta vez, encuentran lugar ya no en un dossier, sino en el cuerpo central del diario. Los títulos se explican por sí mismos. Así, el presidente peruano, Ollanta Humala, fue el buen guerrero, y su entrevistador, el máximo responsable periodístico y negociador económico de Prisa, Juan Luis Cebrián. El mismo ejecutivo hizo el reportaje al presidente Juan Manuel Santos en ocasión del encuentro Invertir en Colombia, y lo encabezó con El monólogo de don Juan Manuel - Un pragmático para América Latina. El mandatario anfitrión utilizó la cita de 2012 coorganizado por El País para marcar distancias de la estatización de YPF producida horas antes: En Colombia no expropiamos, y por ello recibió más elogios en el diario español.

Desde ya que no está en juego el derecho de un diario de elogiar el manejo económico de ciertos países y cuestionar el de otros. El punto, si se cumplieran preceptos a todas luces compartibles del manual de estilo de El País, es que el medio se asocie a inversores y gobiernos extranjeros a los que se supone debe fiscalizar, y que ello afecte sin disimulo el contenido periodístico.

El mundo ideal no existe. Desde los orígenes del periodismo, los medios, en tanto empresas, deben o deciden tomar ciertos atajos para tornar más rentable el negocio. Sin embargo, el acuerdo del principal multimedios iberoamericano con intereses políticos y económicos tan significativos pone en entredicho el criterio editorial de un diario que es referente para otros en diferentes latitudes. Si se tiene en cuenta además que la editora Prisa desarrolla negocios en gran parte del continente americano, el conflicto de intereses resulta claro. 

De regreso a los códigos de ética que se vuelven inocuos cuando se los necesita, el caso de El País se suma a muchos, como lo fue el tan resonante de The New York Times apoyando y difundiendo la doctrina Bush sobre las armas de destrucción masiva de Sadam Husein, una mala práctica que duró años y que no respetó pasos elementales de chequeo de la información que prescriben sus artículos deontológicos (y por la cual el medio neoyorquino reconoció haber pecado). 

Los ejemplos citados afectan a las grandes ligas. Muchos otros casos de menor entidad ratifican que artículos tan prescriptivos como obvios son más una ornamentación en muchas redacciones y entidades que intentos reales por fijar pautas profesionales. Porque en definitiva, una relación franca con los lectores se alcanza con años de constancia, en un marco de pluralidad de voces que permitan comparar, sin factores distractivos. 

@sebalacunza

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