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Prensa española, bajo un estilo extremista que excede el caso YPF


Escribe Sebastián Lacunza
A muchos causó asombro, a raíz de la expropiación de YPF, enterarse de que en varios de los principales medios españoles circulan agravios xenófobos, burlas por cuestiones físicas, análisis tan adjetivados como desprovistos de mínimo rigor y hasta un lamento no esporádico por carecer de una flota para aleccionar a los argentinos como lo hiciera Margaret Thatcher.

No es que desde la Argentina no haya algunos méritos para envidiarle al periodismo español, o que extremistas de aquí no se cuelen por algún micrófono o página web. De hecho, en los últimos años, como contracara del rico debate que disparó la ley de medios, también entraron en auge prácticas periodísticas más vinculadas a taclear al rival que a la función de informar u opinar.

Lo que deja a algunos estupefactos es tanto el grado como la profusión de exabruptos en la prensa española considerada seria, así como la unanimidad de la postura de los medios ibéricos a la hora de abordar ciertos temas, aún en un mercado periodístico con menor concentración que en la mayoría de los países latinoamericanos.Cabe preguntarse el porqué de esta tendencia poco edificante para el debate, que está lejos de tratarse de una furia esporádica disparada por amor a Repsol.

Diarios, radios, webs y canales de televisión españoles se enciman estos días para denunciar, desde el vamos, el «expolio» de YPF. A partir de allí, insulto libre. La pena por no tener flota para enviar a la Argentina fue escrita y firmada en la web del diario El Mundo (segundo en ventas); la asociación peronismo-fascismo o kirchnerismo-Montoneros es un tópico de decenas de autodenominados argentinólogos. Que la Presidenta es «espantosa» lo arriesgó una tertuliana del canal público de noticias 24 horas, y que la Argentina está gobernada por «una camarilla», así de simple, sin más, fue afirmado en un editorial del diario El País, a todas luces el más moderado de la capital española y el único de los cinco generalistas madrileños que no apoya abiertamente a algún sector del gobernante Partido Popular.

Ocurre además que cuando se cruzan determinadas variables, y el de YPF es un caso, no hay contracara. Aún con sus dificultades, en la prensa argentina de hoy se pueden recorrer entusiasmos, apoyos críticos o denostaciones a la expropiación de YPF. Quien quiera, con esfuerzo, puede superar desequilibrios y enterarse del debe y el haber de Repsol tras su paso por los yacimientos argentinos o de los pecados de la política oficial de Energía.

En cambio, la petrolera española ha logrado ser casi impermeable en el mainstream mediático de Madrid y Barcelona a algún título que contradijera la versión oficial de su departamento de prensa.

Algunos medios alternativos españoles arriesgan explicaciones para un escenario tan cerrado. Acusan al peso de la pauta de Repsol en el mercado español, de 16.730.578 euros en 2011, o que la deuda de un gran multimedios con La Caixa catalana, principal accionista de la petrolera, dispara un apoyo irrestricto. Argumentos atendibles y a comprobar, que no excluyen otras explicaciones estructurales.

Podría ponerse el acento en el acotado marco que estableció la transición española, que definió estrictos límites de lo discutible. Más acá en el tiempo, la estrategia del «acoso y derribo» contra el socialista Felipe González, que llegó a ser reconocida por sus perpetradores mediáticos, dibujó un mapa del que la democracia española no se ha logrado librar. En tren de embanderarse, la lista de supuestos favores a medios afines, especialmente de parte del felipismo y del aznarismo, en cuanto a licitaciones, cambios legislativos y desobediencia de fallos judiciales, es extensa.

Fijados los límites de lo discutible (Repsol YPF o la familia real, según parece, forman parte del edén español del no-debate), la lucha mediática-partidista es libre y, muchas veces, sucia.

De allí que no deban sorprender los insultos barrabravescos dichos por «columnistas» o «presentadores» de medios españoles en torno a YPF. El sistema de «acoso y derribo» consagró un estilo que permitió, por citar sólo casos recientes, que los «indignados» de la Puerta del Sol hayan sido nombrados como«mugrientos», que se dijera que Rodríguez Zapatero tiene «una cara de lelo total»y que Hugo Chávez es «el gorila rojo». Agravio va, agravio viene, la desinformación a gran escala se vierte con el mismo apasionamiento (falsa versión sobre la autoría de los atentados del 11 de marzo de 2004, por ejemplo).

Es decir, hace décadas que el periodismo español, que juega en primera en cuanto a su despliegue nacional e internacional, que da testimonio con enviados especiales que arriesgan la vida en guerras, que explora novedades, que conoce la rigurosidad, que cuenta con excelentes columnistas, rema en un lodo de opiniones disparadas a mansalva que sesgan brutalmente la información. Un puerto al que el periodismo argentino todavía no ha llegado.

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