El sábado me rehusé a mostrar mi mochila a la salida de Coto de Abasto. Cada tanto hago uso de ese derecho. Superado un primer filtro, me topé con el jefe de Seguridad de la sucursal, B., quien se presentó como cabo 1º de Prefectura. Sus consideraciones fueron: "No tengo tiempo para escuchar pelotudeces", "un pelotudo como vos", "escribí lo que quieras (en el libro de quejas) que después me cago de risa cuando lo lea", "no entrás nunca más acá, quedaste filmado", etc. De inmediato, una empleada de Coto me pidió disculpas. Pedí hablar con el jefe de B., quien me escuchó con atención. Le solicité que hiciera volver a B. al lugar del conflicto. El cabo de Prefectura regresó a los cinco minutos y sus palabras fueron: "Le pido disculpas, estuve mal. Estaba tensionado por un problema de afuera". "Bien, espero que no se repita", le dije, y me fui.
Escribe Sebastián Lacunza Las 12 / Pagina 12 No sólo los cambios en el sistema de jubilaciones hicieron evidente que las vidas de las mujeres están devaluadas, también los modos de la represión exhibieron la crueldad de la misoginia. Maniatada en el piso, rodeada por diez policías, una mujer gritaba con todas sus fuerzas: “Vení a decirme en la cara lo que me dijiste. Vos, hijo de puta, decímelo acá”. Ubicado a pocos metros, un policía tensaba la sonrisa y desviaba la mirada. Eran las 16.40 del lunes. Mientras los diputados retomaban la sesión para recortar aumentos en las jubilaciones, la anatomía del instante en el cruce de Avenida de Mayo y Sáenz Peña proveía un cuadro renacentista. Sobre una esquina, unas seis mujeres del Proyecto Comunidad denunciaban, entre llantos, que habían sido golpeadas y se habían llevado a todos los hombres y a dos compañeras del grupo. Por el centro de la avenida, policías trasladaban detenidos hacia el interior de la plaza y, a media cuadra, un ...