Por Sebastián Lacunza Cantos de sirenas invitan en estos días a las tropas de Estados Unidos a desembarcar en Libia. En Washington o en Bengasi, con supuestas buenas intenciones, citan el objetivo de fondo de acelerar la caída del dictador. Algo de esta idea remite a otras gestas «democratizadoras» recientes, que resultaron catastróficas en pérdida de vidas humanas, equilibrio geopolítico y racionalidad económica. El mundo ha sabido de intervenciones de Estados Unidos para todos los gustos. Las hubo planificadas paso a paso para influir en el destino político de un país (Nixon-Kissinger contra Allende en Chile). Otras fueron menos sutiles, alimentando sin disimulo conflictos internos (Ronald Reagan en Nicaragua), o bajo el paraguas de la OTAN (Bill Clinton en Kosovo), o monumentales en extensión, costos y engaño (George W. Bush en Irak). De estas y muchas otras experiencias queda la lección de que la irrupción externa, en especial de Estados Unidos, actúa como mancha venenosa a la hora
Notas de Sebastián Lacunza en medios de Argentina y otros países